Tengo
dedos en los fríos,
excusas
en las flores
aun
sin salir
de
su mar -de tierra-,
tengo
gritos enredados en mis silencios,
tengo
honra y también sueño,
duermo
al revés que las vidas
de
otros, ya vividas,
de
estos, ya muertas.
Tengo
ansia y también el miedo
de
no encontrar más valentía,
tengo
un hambre que acaba en madera,
una
paz de fuego,
una
violencia de memoria,
una
marca de viento
que
no se me va
aunque
caigan los segundos
sobre
otros segundos
y
muerdan piedras
y
fraguas
ardiente
en
enero
sin
calor
en
un verano de nubes
y
un malestar de avispas.
Tengo
dedos y no tengo
manos
ni pausas ni giros
ni
dientes para lamer tu temblor,
ni
un perfume que se calienta a las risas.
Tengo
frío hasta en el fondo de los bolsillos
y
en la prisión de los guantes,
tengo
dulce en las cejas
y
ojos sin pantallas
ni
futuros bajo la arena desgranada.
Tengo
humedad de mieles y café
que
no es amargo y no pinta
las
teclas del piano
sobre
el jardín
herido
de mármol
y
untado de polen.
Desliza
la mitad de tus nervios
y
tu pose en cuatro etapas de ocultamiento,
tu
mirada de frialdad por la sobremesa,
tu
destreza para infundir corneas
y
semifusas y piel erizada.
Y
ya no tengo.
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