Configurar lo que se es y
lo que no. Pero, para poder hacerlo ¿Por dónde empezar? O mejor dicho, cuál es
la forma más adecuada para saber dónde acaba una cosa y empieza otra. Somos en los límites.
No sé si escribo ahora.
Dejo acaso esto en el plano de la mera escritura, o reflexiono en voz alta –sobre el papel-. No resulta discernible
la ficción y la realidad. Tomar elementos conocidos, experiencias, variar
nombres propios, mudar el eje de las acciones a otro sitio. Pero dónde lo que
se escribe se distancia de lo experimentado. Si en mi historia un sujeto
masculino X sale con un sujeto femenino Y, se pelean y un sujeto masculino Z,
amigo de X, se acuesta con Y (los roles y géneros pueden variarse sin que se
altere el resultado del producto), todos notaríamos ese innecesario
distanciamiento de quien escribe. Tenemos la responsabilidad de dar nombre.
Nombres verdaderos, nombres falsos. Pero la semilla de toda duda ya queda
plantada.
Ahora bien, ¿excedemos el
límite al decirlo? Se traiciona la intimidad, pero el hecho de conocer un
secreto ajeno hace que este pierda su significado. Si se sabe, el secreto se
borra. Nosotros estamos en una época donde nos hacemos dioses de las
experiencias, propias y ajenas. Traspasamos los límites, transgredimos. Sin
embargo, falseamos, y con eso nos sentimos seguros.
Quien escribe esto lo hace
desde su experiencia. Disfraza el motivo principal al buscar desvanecer el hilo
de estas palabras. Mi límite es la escritura en sí misma. No sé de qué me
separa. Pero escribo algo que experimenté y perdí. Escribo hoy, esto, a
diecisiete años de la muerte de mi padre.
¿Escribo porque ya no
está? escribo, quizás, y me aferro a su recuerdo. O busco un olvido. La
escritura es un límite sólo comparable con la muerte.
La
reproducción hace entrar en juego a unos seres discontinuos. Los seres que
se reproducen son distintos unos de otros, y los seres reproducidos son
tan distintos entre sí como de aquellos de los que proceden. Cada ser es
distinto de todos los demás. Su nacimiento, su muerte y
los acontecimientos de su vida pueden tener para los demás algún interés,
pero sólo él está interesado directamente en todo eso. Sólo él nace. Sólo
él muere. Entre un ser y otro ser hay un abismo, hay una discontinuidad (Bataille, 1957).
No soy mi padre, aquí el
límite. Soy cada cosa que él no fue, soy nada de lo que él ha sido. Incluso soy
la discontinuidad misma de una reproducción, de una manera irónica, pues soy
adoptivo. El límite entre lo absurdo y lo sensato. Me vuelvo una paradoja al
buscar la frontera, búsqueda de lo invisible, lo presente en su ausencia. Lo
que no se ve.
¿Es el límite un hecho
teológico? ¿Es algo presente y poderoso porque eso dicen de él? ¿Es un dios?
Escribo a cada instante mi
pérdida, escribo porque no tengo, escribo en mi soledad, escribo y leo desde
que no tuve. Soy desde que dejo de ser. Muerte como distancia, como nuevo
comienzo. Borrar en cada hoja de libro que pasa ante mis ojos durante
diecisiete años un lunes por la noche. Aceptar –negar, desentenderse de- la muerte.
La sangre no se hereda "se hace" Pablo, no se tu relación con el pero puedo ver a través de ti y de tus letras que tipo de amor tenían, aceptar no es olvidar, y los buenos recuerdos pueden matarte pero son un descanso para el alma, y no hay manera de recordar al amor si no es dolorosamente , solamente que uno va acostumbrándose al dolor, el amor siempre es doloroso pero es lo unico que puede traer felicidad. Saludos Matias Natale
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