miércoles, 19 de septiembre de 2012

(te)



Tengo dedos en los fríos,
excusas en las flores
aun sin salir
de su mar -de tierra-,
tengo gritos enredados en mis silencios,
tengo honra y también sueño,
duermo al revés que las vidas
de otros, ya vividas,
de estos, ya muertas.

Tengo ansia y también el miedo
de no encontrar más valentía,
tengo un hambre que acaba en madera,
una paz de fuego,
una violencia de memoria,
una marca de viento
que no se me va
aunque caigan los segundos
sobre otros segundos
y muerdan piedras
y fraguas
ardiente
en enero
sin calor
en un verano de nubes
y un malestar de avispas.


Tengo dedos y no tengo
manos ni pausas ni giros
ni dientes para lamer tu temblor,
ni un perfume que se calienta a las risas.
Tengo frío hasta en el fondo de los bolsillos
y en la prisión de los guantes,
tengo dulce en las cejas
y ojos sin pantallas
ni futuros bajo la arena desgranada.
Tengo humedad de mieles y café
que no es amargo y no pinta
las teclas del piano
sobre el jardín
herido de mármol
y untado de polen.
Desliza la mitad de tus nervios
y tu pose en cuatro etapas de ocultamiento,
tu mirada de frialdad por la sobremesa,
tu destreza para infundir corneas
y semifusas y piel erizada.

Y ya no tengo.

sábado, 8 de septiembre de 2012

Cayendo



Permite que el desborde
sea apenas
un comienzo,
un punto y entonces
empiezo en el desborde
en que uno cae,
como toda caída
esa sensación que sube
desde un estómago.
Casi estoy en condiciones
de afirmar
las caídas empiezan en la entrepierna,
suben por el vientre
y terminan en un grito
incontenible.

Alguna vez leí los suicidas
no pueden evitar
el grito mientras están cayendo
desde grandes alturas.

Alguna vez me imagine
la corbata como un primer nudo
en los suicidios,
las oficinas como el cementerio
y ya hay un límite más allá de cada escritorio,
horarios para un pucho,
máquina de café
y cuidado en el balcón,
no te acerqués al borde,
eso no se permite