sábado, 17 de marzo de 2012

En las multitudes


Emblema

Que desgrava
su furia
sobre las puertas en oxido
levantadas.
Luce el emblema
sobre nuestras cabezas
que se presenta
con toda su gloria.

Gloria

De tu nombre,
aun no escrito,
de tu nombre,
que no se ha pronunciado,
de tu nombre
que no llega a los ojos,
en el anonimato
de otros nombres
que desbordan
y caen
de las listas
sobre papel sin rayas.

Anonimato

En que no sos nombrado,
porque algunos, muy memoriosos,
recurren al olvido,
porque otros, olvidadizos
se refugian en sus memorias,
porque todos,
dementes,
sin mente,
seguimos los pasos
más allá de nuestra identidad.

Los pasos

Resuenan en nuestros tacos,
resuenan bajo nuestros pies,
resuenan en nuestra cabeza,
cabeza que es de piedra,
gárgola con vida
en el movimiento
de su sombra.
Sombra de nuestros pasos,
que resuenan,
sin ecos
para los demás.

Sombra

Los demás
hacen fila,
pero sus sombras
se adelantan
más de una vez
por la complicidad del sol,
y las sombras se traspasan,
sin permiso,
se perforan sin sexo
y sin el más mínimo cuidado.

Filas

Uno, dos,
brazo extendido,
apoye en el hombre,
apoye, no toque,
no sienta el roce,
es otro
de la gran multitud
que no le interesa
el largo de su dedo.
No doble el codo,
marque bien su distancia.

Distancia

Hay casi un mundo
entre lo que me encuentro
en tu pupila,
de un tono entre marrón y verdoso,
y lo que tu pupila
de tono más bien verde,
aunque por las mañanas
parecen más marrones
nota
al verme pasar y mirarte.

Pupilas

Que ven una ciudad
desde los balcones
y a través de las ventanas.
A través de las ventanas
muchas pupilas ven la ciudad
que se asoma a los balcones.
Desde un balcón,
toda la ciudad
se posa desde una pupila.

Ciudad

Que se mantiene
sedienta de hombres,
que se alimenta
impunemente
de mujeres.
Que se acuesta
sin pensar
en sus niños.
Que no se levanta,
porque el sol
la despierta a ella
y salen a su encuentro
el canto de los pájaros
desde temprano.

Sol

¿Qué sos vos
para esta ciudad,
que antes no estaba,
y aun así
vos salías?
Y ahora
que la ciudad
vive
con nosotros en ella
vos seguís saliendo
cada mañana.
Y ella
sigue siendo ciudad.

Ciudad (bis)

Margen de ella,
no se ve,
dentro de ella,
no se percibe
sobre ella,
la nada,
ese cielo
que muchos miran
y tantos otros
ignoran.
El cielo no es de cemento
ni está en el mapa.
la ciudad sin cúpula
se funde
bajo la puerta con su emblema
que se desvanece
cuando golpean la aldaba.

Cúpula

Invisible,
que divide,
Indivisible
que no se ve,
aura del esquema
sobre concreto
y vigas
de esta ciudad
donde el aire fresco
no se permite
lugar a recuerdos.
Cúpula que permite pasar
a los pájaros
que le regalan cantos
para acariciar
su despertar
cada mañana.

Mañana

Es el último respiro,
aun la jungla
de edificios y avenidas
y semáforos
y griteríos y subtes
y puentes y autopistas
son ajenos
a las multitudes
que van a  llegar
y van a invadir todo.
El extraterrestre viene
y se come a todo el planeta.

Multitud

A vos,
en este momento,
en esta ciudad,
entre las sombras
de una noche
donde no hay soles artificiales
ni resguardo de cúpulas.
A vos,
multitud dañina,
puta de todos
que te putean
y la gente
llenando las veredas,
que no se decide
si izquierda, o derecha,
y tardás segundos,
dichosos segundos
en salir
de entre
-aunque suene mal escribir eso-
esa multitud.


jueves, 8 de marzo de 2012

A imagen y semejanza de Jesús (o Antropofagia de imágenes blasfemas)


Fue hace algún tiempo
que devoré a Jesús,
lo hice por saña
y sin ritos,
lo hice sin hambre
pero por gula.
Y así, sin llegar a saborear los restos
me empaché.

Ahora estoy lleno
de la Santísima trinidad,
aunque no me saco
el gusto amargo en la boca,
mientras la cruz,
invertida,
se clava en la tierra,
la madre tierra,
y le apaga
el deseo fálico
con que el génesis
alumbró el mundo,
antes tinieblas,
antes falto de estampitas,
de domingos de madrugones sacramentales.

Pero ahora,
ya no me preocupo por eso,
devoré a Cristo,
su carne se volvió vino
y me emborrachó un buen rato.
Ahora estoy en la efervescencia
de lo sacrílego,
soy un hombre sin dioses,
ya que lo volví parte de mi,
es hombre,
y nada,
es lo que queda en el plato,
que lavo lentamente.

Pero es parte de mí ahora,
y se emperra en joderme,
en mostrarme su imagen
desde el espejo.
Vuelve desde el hecho
que nuestros viejos fueron carpinteros,
que mi viejo se llamaba
Jesús.

Pero la ironía no me es novedad,
y la doy vuelta,
ahora es comida,
por más que se crea mucho caminando sobre el agua
-y yo intento caminar sobre el agua
y me hundo como bolsa de papas-
por más que se crea demasiado por duplicar los panes
-mientras las bolsas de pan
en mi mueble alacena
se van poniendo duros con los días-
por más que haya entrado
con toda su violencia
pateando mesas y mercaderías en los templos
-pero yo hice eso hace un tiempo,
recuerdo haberme comido
un oficial de la brigada
que recorría los puestos callejeros de Once-.

Porque en la antropofagia
se devora cuerpo,
virtud,
barba y pelo,
se devora el gesto y la tradición,
somos las bestias caníbales,
los humanos demonizados,
somos el castigo de ver
el espejo,
ese puto espejo que nos devuelve
la cara que poco a poco
se pierde y transfigura.

Soy un reflejo
de lo que fui.

Soy un hombre hambriento
con un mundo entero como cena,
con unas cuantas religiones
por olvidar,
que estuvieron
hechas hostias, estigmas,
hechas incienso
que se pasea
por la iglesia
pero el humo
me quema los ojos
y me hace estornudar.

Aunque la carne
en mi cuerpo
de otro cuerpo
no me inmuta,
aunque el reflejo
en mi cara
de otra cara
todos ven.

Yo sólo puedo agregar
-y para esto escribo esta poesía-
que devoré a Cristo,
que no tengo virgen por madre
ni mártires que me sigan,
apóstoles que me divulguen,
que no tengo
dos ladrones crucificados a mi lado
ni voy a levantarme de la tumba.
Que sólo soy un caníbal,
que sólo me creció la barba,
me dejé crecer el pelo,
me olvidé del bautismo y la eucaristía,
profané hasta las palabras
con que escribo
esta poesía.