jueves, 30 de junio de 2011

No corro desde hace ya siete años


No corro desde hace ya siete años. No creo que mis piernas estén preparadas. Pero mi apio no sirve, y debo correr para alcanzar el tren. La posición, en sus marcas, listo. Una frenada sirve como marca de partida. Me libero. Corro y corro, atravieso un parque cuyos álamos entonaban a Schumann. Saludo a Man Ray, insulto a Sarmiento. Saludo a un anciano que pide limosna, me bajo los pantalones frente a un busto de Alvear. Rajo a puteadas a Rivadavia y su deuda externa. Pero corro, me libero, mis piernas piensan.
Esas extensiones culminantes en los pies, esos compases articuladamente rotos. Y el maratón de la deliberación. Porque el avanzar es liberarse, porque correr por la senda peatonal de la avenida Jujuy es mi guerra de secesión, porque las ancianas que me entorpecen el ritmo deben considerares los grilletes. Sólo corro, y las calles se funden con el cielo. Los edificios son obstáculos que se desvanecen ante mí. Que mis piernas se van y no me dejan ser libre.
Y los recuerdos reaparecen en mi mente, y la libertad se apodera de mí. Pero yo no estoy listo para manejar mi libertad, porque su fundamento son mis piernas que me aprisionan a ellas.
Veo la estación, pero no puedo dejar de correr. Mis piernas siguen. Odio el apio. Porque las piernas se complotan con estos pérfidos vegetales con el único fin de hacer de uno un hombre libre. No podemos manejar la libertad, que sigue su rumbo libremente, así como mis piernas lo hacen. Y el perro que es prisionero de su libertad.

Sábado por la noche


Estoy al borde de mi hartazgo, y no me molesto en ir a retirar el resultado de mi examen. Solamente quiero estar lejos. Pero ya pasé un par de días en Federación, y mi cabeza sigue explotando. Saco el atado de Parissiene de mi bolsillo, y cuento los puchos que me quedan. Ya no tengo ganas de fumar, y guardo los últimos seis puchos. Mi auto debe estar llegando a Córdoba. Alberto me lo pidió el viernes, para ver a Maqui. Ella se fue con un par de amigos, a trabajar en una feria por La Falda. No podía aceptarlo, así que salió a buscarla. Yo no podía perder el tiempo con consejos. Tenía mi cabeza llena de Pamela. No sabía si la amaba, si creía en el amor, o qué me pasaba. Entonces, me siento en la plaza, a ver cuántos autos grises pasan por Emilio Mitre.

Cuando empecé el cuatrimestre, y me crucé a Pame por primera vez, no imaginé que las cosas iban a terminar así. Al día de hoy, no se cómo llegué a este punto, a sentarme en la plaza, con un cigarrillo que parece mojado, mientras pasa un Polo gris topo, y un Siena gris cromo. Las letras de la patente son IIL. Pamela tiene ojos hermosos, pero nunca le sentí ningún perfume. Tiene el grado gusto de femineidad, sin ser una muñequita, y me resulta chocante por muchos momentos con su realismo. Sé que soy atrasado, pero una mujer no puede hablar como un hombre, voy al hecho, con cierta jerga de macho. Admito que yo no tolero esa forma de hablar, y la practico con esa gente que no tiene dos dedos de frente. La gente que uno tolera, cuando llega a un punto de su vida. Que se mantiene cerca, pero no se soporta del todo.

Un chico hace malabares con tres bolas rojas y una verde. Las lanza a todas en el aire, atrapa dos con una mano, otra con la restante, y mantiene la última en su frente. Es rápido, usa una remera manga larga a rayas, y eso genera un falso espejismo a la distancia. Sus manos y las tres pelotas rojas, más la verde. Un achica va, de auto en auto, en busca de monedas, con una bolsita marrón. Pero el chico vive en su mundo de pelotitas, y su amor por esa chica, que se pone babuchas violetas porque sabe que a los automovilistas eso le gusta. Algunos dan plata, otros ni bajan la ventanilla. Lo único que pienso es por qué mierda no tiene las cuatro putas pelotitas del mismo color, o por lo menos dos y dos.

Yo sigo en la plaza, una paloma vuela para el lado de la Medalla Milagrosa, y Alberto va por la ruta 9 con mucho sueño. Sabe que no tiene chances, que este viaje es un dolor de cabeza, lo va a dejar sin plata. También sabe que yo lo odio, porque soy un tarado que no puede decir que no, y le doy el auto. Que odio a la gente que hace las cosas sin sentido. Que no creo en la relaciones a largo plazo, ni en ningún tipo de relaciones, pero le doy mi auto para irse a la loma del culo, y que encuentre a una piba que seguramente ya lo dejó por otro. Pero Alberto es literatura en sí, y yo no soy más que un pobre boludo que escribe. Que nunca pudo decirle a Pamela, ni a nadie, nada en la cara. Y ahora estoy sólo, en la plaza, y veo a dos chicos que se besan, frente a la boca del subte, sin malabares.

Pamela empezó a hablar conmigo, porque así es ella. Pero como siempre hago con cada mujer que se cruza en mi camino, en un par de días pasó a ser un amigo. Jamás va a salir de mi boca algo para generar otra cosa. Sólo puedo conseguir estar con alguien de manera muy casual. Por suerte, si se quiere pensar. Salvo un par de amigas, que realmente valen la pena, el resto de las mujeres en mi vida son todas aquellas con las que me quise acostar, y nunca llegué más que ser el que las hace reír cuando están tristes. No tolero ver a las mujeres tristes. Eso es algo que me excede. Bueno, pero eso hice a lo largo de mi vida. Cada día de mi vida. Lo hice en el colegio, y dejé pasar a la mujer que no puedo imaginar con otro, a pesar de saber que ya tuvo un hijo. Ella siempre va a ser una figura inalcanzable, y pura. Es muy boludo lo que estoy diciendo, pero la voy a tener por el resto de mi vida como una mujer idealizada. Y me paso cuando vi a un amigo con la piba que más me gustó en los años que fui a la facultad. Porque yo le dije que haga lo que quiera. O cuando Pamela me permitió, a su manera, hacer lo que quiera. Y yo no hice nada.

Le doy fuego al malabarista. Deben ser las cinco de la tarde, voy a tener que ir para mi casa. No quiero viajar a la hora que empiezan los partidos. Es un dolor de huevos. Mejor me voy para Caballito ahora, para llegar a Ramos lo más temprano posible.


 Alberto estaciona frente a un bar, y busca al Tiqui. Sabe que es la única persona que lo puede llevar con Mariela. Charlan, toman unos fernet, y Alberto termina yendo a un camping, donde iban a tocar unas bandas, y paran los artesanos de la zona. Maqui esta con su campera de Jean y sus ratas, haciéndole sombra al fueguito del asado. Alberto la mira, pasa casi veinte minutos en eso, sin moverse del lugar. Se va al auto, pone música, y sale a dar vueltas por el centro de la ciudad.

Pamela debe estar con su novio, mientras ordena la ropa que lavó a la tarde. Él mira una película, pero la ayuda a poner la mesa. O por ahí comen en el suelo, su cocina es chica. Toman un par de cervezas, charlan. Terminan de ver la película y van a la cama. Prefiero dejar esa puerta cerrada, y no imaginar más allá.

Yo creo que poco a poco salgo de está fijación que tengo. Siempre caigo en mi ridículo interior, pero termino entendiendo que no amo a nadie. Que el amor es para otros. Por ahí, lo mejor, es no hablar tanto con ella. No leer sus poesías, y estar desconectado en el MSN. Puedo buscar a unos amigos para salir, y emborracharme. Entonces, sólo me acuerdo de la salida con ellos por unos días. Tengo esas anécdotas para contar por ahí. y puedo leer lo que tengo pendiente, y terminar de armar mi volumen de poesías. Esperar a Alberto, y que me cuente del viaje. Ir al club, nadar. Entonces, cuando me canso de todo eso, aparece otra persona, y me confundo de nuevo. Como ya hice otras tantas veces. Pero siempre termino un sábado a la noche, sólo, pensativo, y me pongo a escribir algo para matar a mi demonio del momento.

En un departamento en la calle Nazca, un parejita joven hace malabares entre las sábanas.

Pasa el tiempo, crece la barba, uno se vuelve viejo

Hoy me siento ante los veintiséis años que pasé y paso sin ser tiempo. ¿Cuánto puedo contenerse en esto? Es una vida, un sueño, es caminar hasta que te duelan las piernas. No sé aun que voy a hacer, si soy un boludo que escribe o un chiste que renguea. Si lo que no está –y no voy a hacer listas, sólo quiero que se sepa hay cosas que ya no tengo- no vuelve, si debo pararme, y lentamente ver sobre mi hombro. Y have to glance over my shoulder? Pero hay un día de hoy, que no llega a mañana y esto que no pasa de ser un día más.
Puede haber saludos, canas, barba más larga y descuidada, más panza y unas marquitas a los costados de mis ojos. Hay olor a tiempo perdido, a una casa de la que no me muevo, a personas que apestan a otros. Hay más de un cuarto de siglo, una línea –o curva- de tiempo que empieza y termina en mi ego.
Me paro, saco los papeles de la mesa, veo la novela de Silviano Santiago que termino de leer. Al lado, la edición rusa de Gorki que me prestaron. Un par de poesías sueltas, y yo me pierdo en el tiempo. Invento tan individualista, donde lo general es ajeno a nosotros, y nuestra vida en minutos es sólo nuestra. El tiempo que nos aísla, que se pasea por el reloj en mi muñeca, la hora en el celular, y ese cuadrito, en el extremo inferior derecho en la pantalla de la computadora. Todos con una hora distinta. Según el celular, ya es mi cumpleaños. Pero nací a las tres y media de la mañana, bien lejos, en el interior.
No entiendo mi desvarío, y por eso lo escribo. Soy raro, aunque a veces, muchas veces, lo niegue. Me muevo en las palabras, quizás, porque están más allá del tiempo. Son frías y distantes, como puede ser esta fecha para la mayoría. Mis perras gruñen un hueso, y no piensan en qué día es hoy. Cuando nazca perro, voy a correrme la cola. Voy a ser la rotación de un mundo, y voy a tener mejor equilibrio en mis cuatro patas.
Un perro barbincho, seguramente, sin política ni religión. Con la lengua salida hacia un costado, y los colmillos asomados. Y con olor a perro, como mi ropa, cuando mi perra duerme en la falda, ajena a todos. Sin la manía estúpida de soplar velas, partir la torta, y hacer álbumes en Facebook.

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Después de una pausa, pienso en lo que no hacía antes y hago ahora. Pienso si el pelo largo no es más que un primer viejazo, si no me afeito porque me causa gracia que la gente note tengo la barba colorada. Me molesta que noten por esas cosas. Así como me molesta mucho que la gente me aburra. Pensar los diálogos, decir cosas para no estar tan lejos de los otros. No lo hago por llevar la contra, simplemente no puedo ser como el resto. Difícilmente preste atención a los demás, no puedo demostrar interés acerca de las vidas ajenas. Por eso me acuerdo siempre de las frases de The moveable feast, cuando la mujer encargada de la librería le dijo algo así como >. La gente no escucha a nadie, los oídos están vacíos, prefiero la musicalidad del silencio o los deslices del discurso. Prefiero el papel y las palabras. Aunque tengo amigos, unos pocos, los justos y necesarios.