sábado, 29 de diciembre de 2012

El tiempo no alivia el recuerdo



Con esa luna cargada de lluvia,
con esas nubes que traen tormenta,
con el recuerdo de las gotas tenues
que caían y eran el preámbulo.

No hay recuerdos que sirvan para otros,
no hay lágrimas que los demás entiendan,
no hay olvidos, pero si un mayor costumbrismo
y se revive el pasado.

Me hago llamar hijo,
preso de angustias y de viejos abrazos,
de una noche en vela y horrible
olor del café que se paseaba por las tazas de todos.
la sensación de asco y de adiós
cada vez que se recorre
el pasillo de una clínica.
El sonido punzante y de hielo
al funcionar el tanque de oxígeno.
La sensación de derrota
por esos últimos dos días
que no entré a visitarlo.
Mi odio por las sondas
y el deseo de mantener una imagen,
-como si una simple imagen
pudiese dar muestras de cariño-.

Sin la fuerza para mostrar el llanto,
sin las ganas de soportar más pésames,
sin la experiencia de la despedida, en mi atardecer de niño,
la muerte le da un tono amarillento a los hombres.

Quince años, y tal vez ya no sufro de la misma manera,
quince años, y sigo recordando lo bueno y lo malo a diario,
quince años, y su muerte vuelve en palabras y nudos en la garganta,
tanto menos años como hijo que como poeta.

sábado, 8 de diciembre de 2012

Las puertitas de Pasifae



A partir de este momento
decreto
que voy a hacer algo
de Creta.
Isla de la memoria,
que no deja al agua
llevarse los recuerdos
y se torna complicado
jugar al laberinto
sin faunos ni David Bowie.
Comienzo por Minos,
rey que reina en la tierra
y juega al truco en el infierno.
Barba de rey, corona que no entra
por la osamenta,
rey de armas
sin vikingos pero con cuernos.
Reina buena, tranquila,
hace castillos en la arena,
tiene vestidos
y desvestida
se liga una o dos piropos.
Reina aburrida
mientras el rey guerrea,
controla los mares,
hace monumentos,
dirige concejos,
acolchona el trono
y de la reina
¿Quién se acuerda?
Rey muy imponente,
señor de señores,
pero la reina,
olvidad en su cuarto.
No teje,
Penélope le afano las agujas.
No sale de viaje,
Helena le manda postales de Troya.
No pelea,
Hipólita hasta le gana las pulseadas.
La reina se seca,
entre su corte,
bosteza, mira la Luna,
espera un flechazo en la garganta,
por favor, aunque sea Artemisa,
la que le clave algo.
Monotonía de ser reina,
sola,
olvidada,
no hay bacanales por la zona,
sólo fiestas vestales
con vírgenes insípidas.
Así que la reina mira los pájaros
sin saber de augurios,
se pasea por los altares
rezándole a Hermes,
a Hera, a Baco,
a Apolo, a Mahoma
a Jehová,
y hasta a la estampita del gauchito Gil
que trajo el mar desde lejos.
¡Pobre Pasifae!
No le queda ni pelo
para hacerse trencitas,
tiene un brazo repleto de pulsera
hechas con conchas marinas.
La reina es un hongo,
no le queda nadie más
que sus baños matutinos
en el agua salada.
Se pasa una horita
en el agua fría
refregándose el cuerpo
-No se llega a leer,
hay poca luz,
qué parte del cuerpo se refriega-.
Y entonces empieza,
¡Oh, Poseidón
no te pido ni gloria ni riqueza,
no te pido belleza ni juventud
sólo te suplico
UNA ALEGRIA!
Poseidón, mientras se rasca
con un tridente todopoderoso
escucha a la reina
y se compadece.
Sobre un tronco,
desde lejos,
se ve un bultito.
El bulto se acerca,
toma forma
y la reina se encuentra
¿Con un toro?
Blanco y grande,
así es el toro.
La reina no entiende,
ve al animal,
salir del agua,
con paso firme, vigoroso,
las gotitas de agua
sobre ese lomo torneado,
esa espalda musculosa
y ese fino animal,
que se sacude
-en cámara lenta-
dejando ver su belleza
única, nunca antes vista,
por la feliz reina.
Ojitos de sol y luna
¡Un bufido que parece decir
cada cosa!
El bello animal corre,
clava un cuerno contra las piedras
y la parte al medio.
Pasifae corre a la corte,
Minos estaba reunido
y tenía para largo,
se acerca a las catacumbas
donde vive un viejo loco
que nadie tiene en cuenta.
El anciano la ve y saluda,
ella le dice
¡Tiene que ayudarme, don!
<<Mi nombre es Dédalo,
-agrega el viejo-
soy inventor, curandero,
constructor complicado,
aviador humano,
mecánico dental, taxidermista,
hablo griego, sumerio y egipcio,
tengo un post-grado en cerámica de Corinto
y una relación complicada con mi hijo,
siempre en las nubes>>.
¡Bueno, sí, pero…
-La reina no sabe como decirlo-
necesito un favor personal!
¡Plata no tengo,
no soy alquimista!
‘Pero no’, dice ella,
esto es otra cosa
tengo un problema…íntimo
¡Mmm!
Acabo de mezclar unas hierbas
para hacer un ungüento
que en apenas un par de horas
pueden matar los hongos que salen en la…
¡Pero no, viejo carcamán!
Tengo un problema…
de calentura.
¡Ya veo!
Bueno, hay que ver la situación.
Me enamoré de una animal,
dice la reina.
Ah, no hay problema,
acá tengo cadenas
para atar al esclavo…
¡No une esclavo, amo una bestia!
No sé cómo se enamora
a un bárbaro godo.
¡No, a ver, entiéndame!
Amo a un buey
¡Apalalá!, es el Eureka de Dédalo,
‘eso ya es otra cosa’.
Hace un tiempo, para cierto príncipe,
desarrollé una traje de vaca
porque necesitaba que lo ordeñen.
¡Dámelo!
‘No, soy Dédalo’
¡Dame el traje!
Reina de vaca, sin luna ni grasa trans
se acerca al prado
e improvisa un muuu.
Muuu, y el toro mira,
se acerca,
la huele,
y no puedo seguir contando
porque no puedo escribir siete horas seguidas.
Saciada, ahora es una reina
de la sonrisa,
que incluso Minos
no termina de entender.
Más o menos nueve meses después
nació un pequeño
que no podía negarse hijo del rey.
Vigoroso, guerrero, espléndido
y con un hermoso par de cuernos
como los del papá.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

(te)



Tengo dedos en los fríos,
excusas en las flores
aun sin salir
de su mar -de tierra-,
tengo gritos enredados en mis silencios,
tengo honra y también sueño,
duermo al revés que las vidas
de otros, ya vividas,
de estos, ya muertas.

Tengo ansia y también el miedo
de no encontrar más valentía,
tengo un hambre que acaba en madera,
una paz de fuego,
una violencia de memoria,
una marca de viento
que no se me va
aunque caigan los segundos
sobre otros segundos
y muerdan piedras
y fraguas
ardiente
en enero
sin calor
en un verano de nubes
y un malestar de avispas.


Tengo dedos y no tengo
manos ni pausas ni giros
ni dientes para lamer tu temblor,
ni un perfume que se calienta a las risas.
Tengo frío hasta en el fondo de los bolsillos
y en la prisión de los guantes,
tengo dulce en las cejas
y ojos sin pantallas
ni futuros bajo la arena desgranada.
Tengo humedad de mieles y café
que no es amargo y no pinta
las teclas del piano
sobre el jardín
herido de mármol
y untado de polen.
Desliza la mitad de tus nervios
y tu pose en cuatro etapas de ocultamiento,
tu mirada de frialdad por la sobremesa,
tu destreza para infundir corneas
y semifusas y piel erizada.

Y ya no tengo.