jueves, 29 de septiembre de 2011

El cuerpo de la nación, revolucionado


Imponer el arte morado
en paredes imberbes,
revolución en contrastes,
en un desencuentro
de azules y blancos.
En un rojo sanguinario
se mancha el emblema
de la nación nueva,
con los íconos en pedazos
y sus hijos muertos.

Crucifijo desangelado
que durmió en los ataúdes
de los cadáveres,
madera que descansa bajo tierra,
madera en la que cae el filo.
Damas con pañuelos negros al cuello,
caballeros, nobles y burgueses,
acérrimos revolucionarios, ya moderados,
el señor de los discursos,
aquel que se creyó un dios en la tierra.

Por favor, Víctor Hugo,
salí ya de tu cama,
ponete tus sandalias monárquicas,
traenos a todos
la leyenda del que fue tu siglo.
Místico y maestro,
sacá rápido la pila de papeles
que están en la mesa de los espíritus.
Espero tus suspiros de Bretaña,
tu descanso republicano y romántico.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Entretelones a Nicolás Olivari y mis cuelgues sin dactilografías


A veces creo que las palabras entran dando saltos, saltos muy pequeños, que se ven separados por la tecla de Spacebar, y se nos salen de los dientes.
Creo que esto lo pude haber escrito, aunque venía con ganas de hacerlo hace mucho, y encontré un pretexto ahora para obligarme a eso. Tal vez eso sea el deber de un escritor, obligarse a llevar a delante su obra. Qué sentido podemos buscarle a cualquier otro compromiso, sino caer en el simple y engorroso hecho de escribir. La instancia que uno se trae, entonces: veo una pantalla, donde lo único que llevo es ‘Olivari, marginalidad y grotesco en una poética urbana y vanguardista’. Me cansó mucho el título.
Ahora bien, esto es algo escrito pensado para ser oído. Las palabras se mezclan y entrechocan –comentario de Facebook mediante, un segundo, que cambie de pestaña…-
Giro sobre los apuntes que preparé a lo largo del día, veo las poesías que más me gustaron, resaltadas en color verde.  Vuelvo a ponerme en espacio –ya estoy hartando a la gente, hace ya unas cuantas semanas que me volví heterotópico-, y vuelvo a desplazarme por lo que va a ser esa gente, expectante o aburrida, oyendo o al margen, atentos o con el vaso en la mano, esperando más maní. Pero ese ejercicio me permite dejar de lado a un conjunto de hombrecitos de anteojos que se llaman Nicolás Olivari, y uno es periodista, otro es cuentista, otro habla en italiano y el último se sienta frente a la orquesta, esperando que suene el primer tango de la noche.
Entonces me enfrento -hubo una pausa, una pausa larga, hubo hasta humo, hambre, la mitad de una botella de cerveza, hubo viento y frío mientras esperaba que mis perras vuelvan del jardín-a esto que ya había pensado, esbozado, borrado y vuelto a empezar. Pienso que este texto me muerde la silla, que mejor me voy a acostar y releo el final de El gato escaldado. Mejor descanso, deshago el texto y lo empiezo mañana. Va a ser otro Pablo el que se siente frente a la compu, el Pablo más crítico, el molesto que sigue con las malas mañas de Puan, que adora  revolver todo en la teoría y no el Pablo que se pierde en divague y en Olivari, con sus prostitutas que antes fueron dactilógrafas que antes fueron mujeres sanas. Y caemos en tuberculosis y ciudad, enfermedad de cemento. Y llegó la primavera. Y yo con mis alergias, adorando el calor y gastando servilletas en estornudos.
Bueno, ya está, ya quemé esto que seguía en mi cabeza. Mejor me apago, así mañana lo termino, y una vez puedo cumplir con las fechas. Volviendo al principio, soy una persona de espacios, de lugares, no de tiempos. Me sale así, pero tranquilos, el texto de Olivari va a estar. No se preocupen, mañana algo sale. Eso sí, empieza el círculo vicioso, y atraso Büchner, para atrasar a Sade, y así demorar en leer Beowulf…
Deajá de titilar, ventanita, no te voy a contestar el mensaje…
Volviendo a Olivari, es un poeta marcado por el mes de septiembre, nacido apenas comenzaba el siglo XX, un 8 de septiembre, fallecido el 22 de septiembre de 1966…

domingo, 4 de septiembre de 2011

Texto N° 11 (Fiel mímesis de un artista contemporáneo que siente la erección bajo sus pantalones)

Dominó en quiebre
que no llega al seis,
ficha blanca y reseca,
hecha de cuernos de rinocerontes,
pero sin filo,
fría al más mínimo contacto,
figura que se contrapone
a la mesa rectangular.

El dibujo empezó cuando
dobló a la derecha,
uno y cinco (5), unido al dos veces cinco (V)
-sin connotación marianística
ni de cancha de papi fútbol-.
Cinco y dobla, el tablero
con el dominó
es el óleo de un cuerpo,
de espalda,
que estira su brazo.

Músculos y nervios
en un borde de ficha,
tonalidad y arte,
o simple disciplina de juego.
Porque las plazas,
con los ancianos
son el atelier moderno.
Anciana la arruga que lleva
el tres cuatro al posarse sobre
una mesa de cemento, tosca,
sin ser surrealista
Pensar a Breton y De Chirico
en mitad de una partida,
a Dalí, usando fichas desdibujadas,
con aspectos de animales,
y Gala corriendo de cuarto en cuarto
con un chico de dieciséis años,
que la persigue, excitado…

Sin azar ni arte
se llega a la última ficha.
Trazo sobre trazo,
líneas desparejas,
matemáticas,
impresionistas para los más novatos.
Cae de la palestra
una gota que se desliza
hacia la junta de los mosaicos.
¡Mosaicos con puntos, ojo!
Puntos blancos sobre mosaicos negros,
donde los hombres ruedan desnudos,
donde se abrazan y se besan,
donde se cogen, y quedan las rodilla rojas
y doloridas.
Donde las mujeres lamen la pelusa
y todos se chorrean, y empujan el piso,
buscan correr las piezas.

Todo esto, en un gran cuadro,
mientras un hombre juega con lápices y sombras,
a quien le zumban los oídos por el ácido,
y sólo ve ciempiés frenéticos frente a él
y no puede dejar el más mínimo detalle
al azar.
En el piso, una larga fila de fichas
de dominó,
puestas en posición,
para dejar, al caer
la verdadera obra de arte.