sábado, 29 de diciembre de 2012

El tiempo no alivia el recuerdo



Con esa luna cargada de lluvia,
con esas nubes que traen tormenta,
con el recuerdo de las gotas tenues
que caían y eran el preámbulo.

No hay recuerdos que sirvan para otros,
no hay lágrimas que los demás entiendan,
no hay olvidos, pero si un mayor costumbrismo
y se revive el pasado.

Me hago llamar hijo,
preso de angustias y de viejos abrazos,
de una noche en vela y horrible
olor del café que se paseaba por las tazas de todos.
la sensación de asco y de adiós
cada vez que se recorre
el pasillo de una clínica.
El sonido punzante y de hielo
al funcionar el tanque de oxígeno.
La sensación de derrota
por esos últimos dos días
que no entré a visitarlo.
Mi odio por las sondas
y el deseo de mantener una imagen,
-como si una simple imagen
pudiese dar muestras de cariño-.

Sin la fuerza para mostrar el llanto,
sin las ganas de soportar más pésames,
sin la experiencia de la despedida, en mi atardecer de niño,
la muerte le da un tono amarillento a los hombres.

Quince años, y tal vez ya no sufro de la misma manera,
quince años, y sigo recordando lo bueno y lo malo a diario,
quince años, y su muerte vuelve en palabras y nudos en la garganta,
tanto menos años como hijo que como poeta.

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