jueves, 8 de marzo de 2012

A imagen y semejanza de Jesús (o Antropofagia de imágenes blasfemas)


Fue hace algún tiempo
que devoré a Jesús,
lo hice por saña
y sin ritos,
lo hice sin hambre
pero por gula.
Y así, sin llegar a saborear los restos
me empaché.

Ahora estoy lleno
de la Santísima trinidad,
aunque no me saco
el gusto amargo en la boca,
mientras la cruz,
invertida,
se clava en la tierra,
la madre tierra,
y le apaga
el deseo fálico
con que el génesis
alumbró el mundo,
antes tinieblas,
antes falto de estampitas,
de domingos de madrugones sacramentales.

Pero ahora,
ya no me preocupo por eso,
devoré a Cristo,
su carne se volvió vino
y me emborrachó un buen rato.
Ahora estoy en la efervescencia
de lo sacrílego,
soy un hombre sin dioses,
ya que lo volví parte de mi,
es hombre,
y nada,
es lo que queda en el plato,
que lavo lentamente.

Pero es parte de mí ahora,
y se emperra en joderme,
en mostrarme su imagen
desde el espejo.
Vuelve desde el hecho
que nuestros viejos fueron carpinteros,
que mi viejo se llamaba
Jesús.

Pero la ironía no me es novedad,
y la doy vuelta,
ahora es comida,
por más que se crea mucho caminando sobre el agua
-y yo intento caminar sobre el agua
y me hundo como bolsa de papas-
por más que se crea demasiado por duplicar los panes
-mientras las bolsas de pan
en mi mueble alacena
se van poniendo duros con los días-
por más que haya entrado
con toda su violencia
pateando mesas y mercaderías en los templos
-pero yo hice eso hace un tiempo,
recuerdo haberme comido
un oficial de la brigada
que recorría los puestos callejeros de Once-.

Porque en la antropofagia
se devora cuerpo,
virtud,
barba y pelo,
se devora el gesto y la tradición,
somos las bestias caníbales,
los humanos demonizados,
somos el castigo de ver
el espejo,
ese puto espejo que nos devuelve
la cara que poco a poco
se pierde y transfigura.

Soy un reflejo
de lo que fui.

Soy un hombre hambriento
con un mundo entero como cena,
con unas cuantas religiones
por olvidar,
que estuvieron
hechas hostias, estigmas,
hechas incienso
que se pasea
por la iglesia
pero el humo
me quema los ojos
y me hace estornudar.

Aunque la carne
en mi cuerpo
de otro cuerpo
no me inmuta,
aunque el reflejo
en mi cara
de otra cara
todos ven.

Yo sólo puedo agregar
-y para esto escribo esta poesía-
que devoré a Cristo,
que no tengo virgen por madre
ni mártires que me sigan,
apóstoles que me divulguen,
que no tengo
dos ladrones crucificados a mi lado
ni voy a levantarme de la tumba.
Que sólo soy un caníbal,
que sólo me creció la barba,
me dejé crecer el pelo,
me olvidé del bautismo y la eucaristía,
profané hasta las palabras
con que escribo
esta poesía.




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