jueves, 29 de septiembre de 2011

El cuerpo de la nación, revolucionado


Imponer el arte morado
en paredes imberbes,
revolución en contrastes,
en un desencuentro
de azules y blancos.
En un rojo sanguinario
se mancha el emblema
de la nación nueva,
con los íconos en pedazos
y sus hijos muertos.

Crucifijo desangelado
que durmió en los ataúdes
de los cadáveres,
madera que descansa bajo tierra,
madera en la que cae el filo.
Damas con pañuelos negros al cuello,
caballeros, nobles y burgueses,
acérrimos revolucionarios, ya moderados,
el señor de los discursos,
aquel que se creyó un dios en la tierra.

Por favor, Víctor Hugo,
salí ya de tu cama,
ponete tus sandalias monárquicas,
traenos a todos
la leyenda del que fue tu siglo.
Místico y maestro,
sacá rápido la pila de papeles
que están en la mesa de los espíritus.
Espero tus suspiros de Bretaña,
tu descanso republicano y romántico.

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