viernes, 24 de febrero de 2012

Ambos sobre las sábanas


Por lo que más quieras,
no te hagas murmullos,
mastica sin bronca,
-aun peor-,
por rutina,
las viejas inhibiciones,
mastica como hace
la bestia pederasta
esa mariposa insípida y virgen,
antes que se haga una puta maravilla
con sexo cayendo de sus alas.

Porque no hay
más límites
que el borde de tu cuerpo,
donde la saliva no deja recuerdos
ni llegan a lastimarse
las uñas
con la piel
de tu espalda
-bronceada, suave, deseosa-,
que se empeña en quedar guardada
junto a los dedos,
que chorrean sangre.

Fantasía sin pasado
pero con muchas más
fálicas ornamentaciones
y recovecos húmedos
de lo necesario.
Casi tan desgastados,
no somos la mueca
de dos cuerpos
que juegan a conocerse
y acercarse,
somos dos personas distintas,
sufriendo por personas distintas,
teniendo sexo
por razones distintas.

Y así,
se sigue el ritual
de entrar y salir,
arriba y abajo,
unos minutos,
horas,
o hasta que la piel se caiga,
o los ojos se cierren.
Hasta que se cansen las palabras
y se duerman entre los dedos,
a la sombra de gestos
amargados por la decepción
de no haber estado nunca
realmente juntos.

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