lunes, 6 de febrero de 2012

Ante esta estación blanca

(Claro, para que se entienda, lean lo que yo lei para que esto aparezca: http://licuadodepavadas.blogspot.com/2012/02/estacion-blanca.html)

 Entro a la estación blanca
y me paralizan las ruinas
¿O son cuerpos?
tan usados,
en desuso,
la lágrima de puñalada
con el beso perdido,
la manera en que los dolidos
se ponen de costado,
como tu brazo,
casi congelado,
con la sangre hiriente
y sin estirpe
que gotea
-ni se nota en realidad-
sobre un piso sucio.

**

Una vez no hubo espejos
ni muros,
ni calles,
hubo ciudad y cuerpos
de a pares,
con sexo o simples charlas,
ciudad viva y orgánica,
sin la organización debida,
castigada
por las mordeduras de impostores,
deux ex machina
y muere de pie
un hombre sin más gritos
que su pecho en dos,
su corazón a la vista,
la ciudad doblada
ante esta estación,
blanca,
sin frío pero muerta,
con las gotas de sudor
aun en la frente,
el recuerdo de las sábanas
con los cuerpos,
un mundo sin ciudades.
Y dos.

**

La ciudad ya no tiene
ofertas ni subastas,
fue puesta en caos,
como los dedos
que se pasearon sin permisos
y sumidos de anonimato
y noches de falso placer,
de agonía sin otro,
sin el Otro,
por quien vale ese nombre,
por quien la estación blanca
se pasea y se abre camino,
rompe con la calma
y trepa por la espalda.
(‘¿Seguís dormida?’)
La ciudad se hunde
por el peso de sus silencios,
lo blanco de una mente borrada,
de un cuerpo quebrado,
de dos manos que se conocen
y ya no se rozan,
por la boca que recuerdo
cada centímetro
de viejos labios,
y las palabra para el Otro
se ahogan con la mugre
de las desventajas ajenas,
por la mirada que cae al piso,
que ya no es cómplice,
es más bien
ojos cerrados
(‘Viste, sabía que no estabas dormida’)

**

Y así,
después de arder entre ruinas,
de perderse entre los no-cuerpos,
ante la agonía
de una voz
que nadie escucha,
no hay nadie cerca,
sólo queda el recuerdo.
Pero no hay tiempo,
murió bajo el peso
de la desolación,
solo hay blanco,
blanco y tristeza,
el blanco de la soledad
que no llega a abrir las heridas
pero quema la piel,
la luz blanca de la melancolía,
ante el duro oficio
de dar luz al olvido.
Así,
un cuerpo sin su otro cuerpo,
-podemos decir un detalle
en esta escena-,
ya no es parte de la escena.
Y la manía del tiempo
por erradicar todo mañana
sólo llega a pensar
en una cosa,
una simple, determinante y cruel cosa:
despoblar.

1 comentario:

  1. me encantó, de verdad. Y me gusta mucho cuando alguien interviene o retoma algo de otro.

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