jueves, 30 de junio de 2011

No corro desde hace ya siete años


No corro desde hace ya siete años. No creo que mis piernas estén preparadas. Pero mi apio no sirve, y debo correr para alcanzar el tren. La posición, en sus marcas, listo. Una frenada sirve como marca de partida. Me libero. Corro y corro, atravieso un parque cuyos álamos entonaban a Schumann. Saludo a Man Ray, insulto a Sarmiento. Saludo a un anciano que pide limosna, me bajo los pantalones frente a un busto de Alvear. Rajo a puteadas a Rivadavia y su deuda externa. Pero corro, me libero, mis piernas piensan.
Esas extensiones culminantes en los pies, esos compases articuladamente rotos. Y el maratón de la deliberación. Porque el avanzar es liberarse, porque correr por la senda peatonal de la avenida Jujuy es mi guerra de secesión, porque las ancianas que me entorpecen el ritmo deben considerares los grilletes. Sólo corro, y las calles se funden con el cielo. Los edificios son obstáculos que se desvanecen ante mí. Que mis piernas se van y no me dejan ser libre.
Y los recuerdos reaparecen en mi mente, y la libertad se apodera de mí. Pero yo no estoy listo para manejar mi libertad, porque su fundamento son mis piernas que me aprisionan a ellas.
Veo la estación, pero no puedo dejar de correr. Mis piernas siguen. Odio el apio. Porque las piernas se complotan con estos pérfidos vegetales con el único fin de hacer de uno un hombre libre. No podemos manejar la libertad, que sigue su rumbo libremente, así como mis piernas lo hacen. Y el perro que es prisionero de su libertad.

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