jueves, 30 de junio de 2011

Sábado por la noche


Estoy al borde de mi hartazgo, y no me molesto en ir a retirar el resultado de mi examen. Solamente quiero estar lejos. Pero ya pasé un par de días en Federación, y mi cabeza sigue explotando. Saco el atado de Parissiene de mi bolsillo, y cuento los puchos que me quedan. Ya no tengo ganas de fumar, y guardo los últimos seis puchos. Mi auto debe estar llegando a Córdoba. Alberto me lo pidió el viernes, para ver a Maqui. Ella se fue con un par de amigos, a trabajar en una feria por La Falda. No podía aceptarlo, así que salió a buscarla. Yo no podía perder el tiempo con consejos. Tenía mi cabeza llena de Pamela. No sabía si la amaba, si creía en el amor, o qué me pasaba. Entonces, me siento en la plaza, a ver cuántos autos grises pasan por Emilio Mitre.

Cuando empecé el cuatrimestre, y me crucé a Pame por primera vez, no imaginé que las cosas iban a terminar así. Al día de hoy, no se cómo llegué a este punto, a sentarme en la plaza, con un cigarrillo que parece mojado, mientras pasa un Polo gris topo, y un Siena gris cromo. Las letras de la patente son IIL. Pamela tiene ojos hermosos, pero nunca le sentí ningún perfume. Tiene el grado gusto de femineidad, sin ser una muñequita, y me resulta chocante por muchos momentos con su realismo. Sé que soy atrasado, pero una mujer no puede hablar como un hombre, voy al hecho, con cierta jerga de macho. Admito que yo no tolero esa forma de hablar, y la practico con esa gente que no tiene dos dedos de frente. La gente que uno tolera, cuando llega a un punto de su vida. Que se mantiene cerca, pero no se soporta del todo.

Un chico hace malabares con tres bolas rojas y una verde. Las lanza a todas en el aire, atrapa dos con una mano, otra con la restante, y mantiene la última en su frente. Es rápido, usa una remera manga larga a rayas, y eso genera un falso espejismo a la distancia. Sus manos y las tres pelotas rojas, más la verde. Un achica va, de auto en auto, en busca de monedas, con una bolsita marrón. Pero el chico vive en su mundo de pelotitas, y su amor por esa chica, que se pone babuchas violetas porque sabe que a los automovilistas eso le gusta. Algunos dan plata, otros ni bajan la ventanilla. Lo único que pienso es por qué mierda no tiene las cuatro putas pelotitas del mismo color, o por lo menos dos y dos.

Yo sigo en la plaza, una paloma vuela para el lado de la Medalla Milagrosa, y Alberto va por la ruta 9 con mucho sueño. Sabe que no tiene chances, que este viaje es un dolor de cabeza, lo va a dejar sin plata. También sabe que yo lo odio, porque soy un tarado que no puede decir que no, y le doy el auto. Que odio a la gente que hace las cosas sin sentido. Que no creo en la relaciones a largo plazo, ni en ningún tipo de relaciones, pero le doy mi auto para irse a la loma del culo, y que encuentre a una piba que seguramente ya lo dejó por otro. Pero Alberto es literatura en sí, y yo no soy más que un pobre boludo que escribe. Que nunca pudo decirle a Pamela, ni a nadie, nada en la cara. Y ahora estoy sólo, en la plaza, y veo a dos chicos que se besan, frente a la boca del subte, sin malabares.

Pamela empezó a hablar conmigo, porque así es ella. Pero como siempre hago con cada mujer que se cruza en mi camino, en un par de días pasó a ser un amigo. Jamás va a salir de mi boca algo para generar otra cosa. Sólo puedo conseguir estar con alguien de manera muy casual. Por suerte, si se quiere pensar. Salvo un par de amigas, que realmente valen la pena, el resto de las mujeres en mi vida son todas aquellas con las que me quise acostar, y nunca llegué más que ser el que las hace reír cuando están tristes. No tolero ver a las mujeres tristes. Eso es algo que me excede. Bueno, pero eso hice a lo largo de mi vida. Cada día de mi vida. Lo hice en el colegio, y dejé pasar a la mujer que no puedo imaginar con otro, a pesar de saber que ya tuvo un hijo. Ella siempre va a ser una figura inalcanzable, y pura. Es muy boludo lo que estoy diciendo, pero la voy a tener por el resto de mi vida como una mujer idealizada. Y me paso cuando vi a un amigo con la piba que más me gustó en los años que fui a la facultad. Porque yo le dije que haga lo que quiera. O cuando Pamela me permitió, a su manera, hacer lo que quiera. Y yo no hice nada.

Le doy fuego al malabarista. Deben ser las cinco de la tarde, voy a tener que ir para mi casa. No quiero viajar a la hora que empiezan los partidos. Es un dolor de huevos. Mejor me voy para Caballito ahora, para llegar a Ramos lo más temprano posible.


 Alberto estaciona frente a un bar, y busca al Tiqui. Sabe que es la única persona que lo puede llevar con Mariela. Charlan, toman unos fernet, y Alberto termina yendo a un camping, donde iban a tocar unas bandas, y paran los artesanos de la zona. Maqui esta con su campera de Jean y sus ratas, haciéndole sombra al fueguito del asado. Alberto la mira, pasa casi veinte minutos en eso, sin moverse del lugar. Se va al auto, pone música, y sale a dar vueltas por el centro de la ciudad.

Pamela debe estar con su novio, mientras ordena la ropa que lavó a la tarde. Él mira una película, pero la ayuda a poner la mesa. O por ahí comen en el suelo, su cocina es chica. Toman un par de cervezas, charlan. Terminan de ver la película y van a la cama. Prefiero dejar esa puerta cerrada, y no imaginar más allá.

Yo creo que poco a poco salgo de está fijación que tengo. Siempre caigo en mi ridículo interior, pero termino entendiendo que no amo a nadie. Que el amor es para otros. Por ahí, lo mejor, es no hablar tanto con ella. No leer sus poesías, y estar desconectado en el MSN. Puedo buscar a unos amigos para salir, y emborracharme. Entonces, sólo me acuerdo de la salida con ellos por unos días. Tengo esas anécdotas para contar por ahí. y puedo leer lo que tengo pendiente, y terminar de armar mi volumen de poesías. Esperar a Alberto, y que me cuente del viaje. Ir al club, nadar. Entonces, cuando me canso de todo eso, aparece otra persona, y me confundo de nuevo. Como ya hice otras tantas veces. Pero siempre termino un sábado a la noche, sólo, pensativo, y me pongo a escribir algo para matar a mi demonio del momento.

En un departamento en la calle Nazca, un parejita joven hace malabares entre las sábanas.

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