jueves, 30 de junio de 2011

Pasa el tiempo, crece la barba, uno se vuelve viejo

Hoy me siento ante los veintiséis años que pasé y paso sin ser tiempo. ¿Cuánto puedo contenerse en esto? Es una vida, un sueño, es caminar hasta que te duelan las piernas. No sé aun que voy a hacer, si soy un boludo que escribe o un chiste que renguea. Si lo que no está –y no voy a hacer listas, sólo quiero que se sepa hay cosas que ya no tengo- no vuelve, si debo pararme, y lentamente ver sobre mi hombro. Y have to glance over my shoulder? Pero hay un día de hoy, que no llega a mañana y esto que no pasa de ser un día más.
Puede haber saludos, canas, barba más larga y descuidada, más panza y unas marquitas a los costados de mis ojos. Hay olor a tiempo perdido, a una casa de la que no me muevo, a personas que apestan a otros. Hay más de un cuarto de siglo, una línea –o curva- de tiempo que empieza y termina en mi ego.
Me paro, saco los papeles de la mesa, veo la novela de Silviano Santiago que termino de leer. Al lado, la edición rusa de Gorki que me prestaron. Un par de poesías sueltas, y yo me pierdo en el tiempo. Invento tan individualista, donde lo general es ajeno a nosotros, y nuestra vida en minutos es sólo nuestra. El tiempo que nos aísla, que se pasea por el reloj en mi muñeca, la hora en el celular, y ese cuadrito, en el extremo inferior derecho en la pantalla de la computadora. Todos con una hora distinta. Según el celular, ya es mi cumpleaños. Pero nací a las tres y media de la mañana, bien lejos, en el interior.
No entiendo mi desvarío, y por eso lo escribo. Soy raro, aunque a veces, muchas veces, lo niegue. Me muevo en las palabras, quizás, porque están más allá del tiempo. Son frías y distantes, como puede ser esta fecha para la mayoría. Mis perras gruñen un hueso, y no piensan en qué día es hoy. Cuando nazca perro, voy a correrme la cola. Voy a ser la rotación de un mundo, y voy a tener mejor equilibrio en mis cuatro patas.
Un perro barbincho, seguramente, sin política ni religión. Con la lengua salida hacia un costado, y los colmillos asomados. Y con olor a perro, como mi ropa, cuando mi perra duerme en la falda, ajena a todos. Sin la manía estúpida de soplar velas, partir la torta, y hacer álbumes en Facebook.

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Después de una pausa, pienso en lo que no hacía antes y hago ahora. Pienso si el pelo largo no es más que un primer viejazo, si no me afeito porque me causa gracia que la gente note tengo la barba colorada. Me molesta que noten por esas cosas. Así como me molesta mucho que la gente me aburra. Pensar los diálogos, decir cosas para no estar tan lejos de los otros. No lo hago por llevar la contra, simplemente no puedo ser como el resto. Difícilmente preste atención a los demás, no puedo demostrar interés acerca de las vidas ajenas. Por eso me acuerdo siempre de las frases de The moveable feast, cuando la mujer encargada de la librería le dijo algo así como >. La gente no escucha a nadie, los oídos están vacíos, prefiero la musicalidad del silencio o los deslices del discurso. Prefiero el papel y las palabras. Aunque tengo amigos, unos pocos, los justos y necesarios.

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