martes, 2 de agosto de 2011

Un cuerpo se derrite en la soledad

Muchas veces siento que no soy más que lo que se para frente a un espejo. Que no soy aunque quiera. Que me distraigo de cada palabra que dicen, que me cuesta seguir las conversaciones o preocuparme por lo que les pase. Que trato y trato de seguir pendiente de la política, pero me aburre terriblemente, que el socialismo me gusta, pero el libro se me cae de las manos, no puedo ser siquiera una máscara de trapo, vieja y arrugada.
No importa que digan los otros, termina todo igual. Me cuesta la más mínima palabra, cuando tengo que decir lo que otros esperan. Soy la ironía chorreante, los quiero lejos, aunque a veces evite el almuerzo para no comer sólo. Me cuesta llegar a comprender como algunos todavía me quieran cerca.
Soy una burla a lo humano, no transgredo, no soy original, ni siquiera puedo con un peine sin arrancarme unos cuantos mechones. Poco a poco, me construyo esta casita de palabras, me escondo más en lo que escribo. Poco a poco, olvido el color de tus ojos, no oigo el despertador ni me molesta esa mala noticia. La muerte pasa por enfrente, y yo esperando un colectivo. Tengo miedo cuando no me conmuevo, cuando armo las mentiras para estar más cerca de los demás. Se me perdieron las lágrimas, voy a tener que buscar entre los bolsillos de todos mis pantalones, si me queda alguna.
A veces trato de ser yo. Aunque eso este por fuera de cualquier comprensión. No puedo ser populista, tendría que mirar al que tengo al lado. Pero cuando lo veo, poco a poco lo encierro en una imagen, en alguna metáfora para cuento. Poco a poco, los nombres se quiebran, pero parte de sus vidas quedan, y yo escribo. Entonces puedo estar entre todos, cuando me siento el artífice de una juego extraño de dobles.
Armo a las personas en base a lo que me interese de ella. Por eso, cuando ya conozco a alguien, puedo ocultarme eso que me disguste. Por eso, no puedo tener amistad con alguien que casi no conozca, y sea kirchnerista. Por eso me río en la cara de cualquier radical –es casi una sonrisa, para ser sincero, ese gesto burlón y sarcástico, que se escapa la boca de costado hacia una mejilla-. Y es por eso que ni yo entiendo a la izquierda argentina, que reniego del nacionalismo y de las políticas sociales. Es por eso que pregono un individualismo fuerte, aunque sea una misma persona dividida, en quiebre. Aunque no pueda ser yo mismo, a menos que este sobre un papel, y entonces me importe un carajo cualquier actitud que tenga. O cualquier reacción de los demás.
Lo extraño es que entiendo en que estoy equivocado, pero no siento ninguna motivación ni deseo de cambiarlo. Soberbia, seguramente, saldrá de la boca de muchos. Como ya dije, me chupa un huevo. Sin embargo, entiendo que es raro esto. Nunca pude estar más de acuerdo con Alguien –con A mayúscula, por ahora lo dejo en el anonimato- que dijo dar la espalda a la política, a lo que nos rodea, finalmente nos lleva al atraso, al cinismo, a una posición de irreverencia hacia el otro que nos convierte como mínimo en mediocres y como máximo en malas personas. Nunca me considere más que un mediocre, eso de atormentó por mucho tiempo, hasta entenderlo. Y en cuanto a lo de mal persona, siempre opiné que es preferible la mala a la buena persona. Uno siempre sabe que esperar con un hijo de puta.
No entiendo como es transitar fuera de la bronca, ajeno al roce de cualquier lamento. Incapaz de acercar mi mano, de volverme cuando escuche el grito de ayuda. Con saber que haya otro, me basta. Pero por favor, a unos cinco pasos de distancia.
Entonces, entra el viento.
Las notas caen al piso.
Pensar como el mundo que inventé ahora se pasea por las baldosas sucias. Veo como mi perra va corriendo a la cama, con una hoja donde está mi última poesía. Porque eso sí, adoro a los perros. Y ahí me quiebro nuevamente, se opaca el espejo. Se ve una buena persona del otro lado. Mejor uso las sábanas, para evitarme cualquier reflejo.

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